La calle es un símbolo de nuestra conciencia. En ella se ponen de pie nuestros miedos, a
esperar el autobús. Escupen sobre el concreto y el concreto escupe de vuelta el
reflejo de la furia. Algunos
duermen sobre la calle pero esos no son nuestros miedos, sino nuestras
derrotas. Los muros mugrientos y
pintarrajeados sirven de sombra, el humo hace grafitis oscurantistas y una prostituta baila semidesnuda con un anciano frente a un niño y yo me
pregunto, ¿quien es la muerte en este cuadro? Todo esto es vida: un fuego
disparado por un ciego. Nadie ha pedido nacer,
le ha tocado la vida por misterio. Podemos acaso quitarnos
la vida, engendrar vida, generar nuevos misterios y ponerlos a girar sobre platos
girando sobre ejes que no dejan de girar: el misterio sostiene a otros
misterios. En ese balance, nace la angustia. Continuar con vida,
buscar la subsistencia, que no caigan los platos. Buscar en la trinidad al hombre que ha derrotado a la muerte: el hijo de
Dios, el científico, el charlatán.