sábado, octubre 15, 2005

El hombre elefante "musita el salmo de la cobardía".

Los demonios acudieron a J. Merrick y le aconsejaron someterse al dios bisturí, a los espíritus del colágenos y el botox, a la sanísima trinidad de la cirugía plástica, el peeling y el rayo laser.

Las putas grandes de las revistas le ofrecieron, igual que la televisión, el mundo de los cambios extremos.

Resistía, como en la tela de una araña, la respiración, para no ser consumido por ese aire extraño que todo quiere mutar en estandar de calidad estética.

Sufría el hombre elefante, delante de los placeres más cercanos, los que extienden cualquier laberinto y hacen de cualquier rendija un zaguan con pozo en que caer, dándole la luz unos segundos para después dejarlo ciego.

Mejor no, mejor imagina el mundo desde sus escamas encornamentadas. Ahora que nadie lo ve, mejor entretenerse en el suave vaivén de las sombras, la sonaja de los casquetes sobre las rocas y la risa de los niños durante el futbol callejero.

Los demonios lograron, sublimes, su cometido.

1 comentario:

nacho dijo...

Inquietante texto... Saludos desde Beautyfulville. Abrazo neoañero. Humphreybloggart.blogspot.com